sábado, 2 de julio de 2011

El discurso histórico de la ultraderecha, 1. La estrategia

No diré que la derecha española tiene un complejo porque no me gusta usar esos términos psicoanalíticos. La experiencia relata que ellos sólo ganan las elecciones cuando el PSOE esta muy desgastado. Pasó en los años de la crispación, cuando Felipe, debido a la corrupción generalizada, y pasará previsiblemente el año que viene, si Rubalcaba no declara antes elestado de excepción, debido a la nefasta gestión de la peor crisis económica que se recuerda (crisis que ha pasado a ser social y que se encuentra en estos momentos en trance de convertirse en política). A pesar de los escándalos mayúsculos, Felipe volvió a ganar las elecciones en el año 1993. El PP dilapidó en tres días una mayoría absoluta en 2004 por culpa de la absurda actitud que les llevó a mentir descaradamente acerca de los atentados del 11 de marzo en Madrid. La derecha tiene un problema con su discurso: no es rentable electoralmente (no especularemos aquí diciendo el que electorado español es mayoritariamente de izquierdas, esa clase de magia negra se la dejamos a los sociólogos). El caso es que la derecha necesita moderar su discurso para ganarse la parte del electorado que le permite tener mayorías parlamentarias. Al menos hasta hoy. En los últimos años algo parece haber cambiado. Un nuevo discurso de ultraderecha ha surgido en tres ámbitos concatenados: la sociedad civil, la prensa y la historia. Arropadas por la más dura ortodoxia de la Iglesia católica (esto es, la Conferencia Episcopal española con el Primado de España a la cabeza), una serie de organizaciones católicas han plantado cara a la política laicista del gobierno mediante manifestaciones millonarias en Madrid. Por otro lado, una cantidad de medios de información (radios, televisiones, prensa impresa y prensa digital) han surgido últimamente como la sombra ultra de la prensa tradicional de derechas. Estos medios parecen ofrecer al público el mensaje sin autocensuras. Finalmente, en los alrededores de esa nueva esfera mediática de la ultraderecha se está confeccionando un discurso histórico que aspira a re-escribir la historia tradicionalmente aceptada (de sesgo izquierdista) que ha venido ofreciendo el relato oficial de la II República, Guerra Civil y Régimen franquista. Según el paradigma izquierdista, el movimiento republicano español aspira a la democratización y modernización del país en confrontación con las resistencias oligárquicas, absolutistas y tradicionalistas. Para la derecha es la izquierda la responsable de la conflictividad social, conflictividad que boicotea el afán reformador de las fuerzas conservadoras o derecha moderada. Ambas posturas no se limitan a establecer diferencias entre derecha e izquierda, sino que parten de perspectivas diferentes. La primera tiene la ventaja de ser historicista y de tener en cuenta la distancia histórica y genealógica en sus juicios. La segunda es ahistórica y asimila tipos y conceptos del panorama contemporáneo español. Por ejemplo, identificar la derecha de la Restauración con la derecha actual. La reglas del juego, de haber existido tal cosa entonces, son homologables a las de hoy. Digamos que la primera se basa, aunque sea implícitamente, en el poder civil; mientras que la segunda, discurso del poder civil, lo ignora y se limita al análisis de mecanismos e instituciones formales, como el Parlamento o los partidos, propiciando esto último su falta de perspectiva histórica y una imagen de la historia que se agota en las peripecias de los grupos políticos, ya sea fuera o dentro de las instituciones. Esta nueva historia derechista se resume en tres ideas básicas:

1. La II República no fue más que el instrumento de la izquierda para implantar un régimen comunista de corte soviético.

2. El levantamiento no fue más que la reacción defensiva de la España conservadora.

3. El régimen franquista, que no fue tan fiero como la propaganda izquierdista lo pintó, trajo la modernización y finalmente democracia en 1975.

Digamos que todo este triple discurso nos revela a una derecha que ya no desea ocultarse tras un discurso sociológicamente aceptable. Una derecha que se aleja de eufemismos electoralmente rentables y enarbola su catolicismo, su antinacionalismo, su conservadurismo extremo en lo que a costumbres se refiere, su monarquismo y un paradójico liberalismo y fiero antisocialismo en el aspecto económico. La pregunta a responder sería: qué ha determinado este retorno del pensamiento español más conservador, esta radicalización? Es realmente un retorno? Cuesta creerlo. Si este discurso es producido en el seno de los restos de la vieja oligarquía tiene que ver con la percepción de algún tipo de nueva amenaza a sus históricos privilegios? Por qué considera como su principal asidero una constitución socialista y descentralizadora que en su día rechazó de forma enérgica? (Y como toda Constitución integrada en un sistema en el que gobierna el hecho, letra muerta). Tal vez porque esta constitución es el instrumento principal, con su formalismo, que permitió revalidar en democracia aquellos privilegios?

La oligarquía que perdió el poder político durante la Transición pero no el poder civil.

Los historiadores de la ultraderecha tienen razón al menos en un aspecto del tercer punto: el régimen de la monarquía constitucional se preparó en el seno de la dictadura. Con el Rey como árbitro, vencedores y perdedores de la guerra acordaron una constitución. Los procuradores de las cortes franquistas dirigidos por Adolfo Suárez ejecutaron la disolución del régimen. Fascistas y anarquistas quedaron fuera del juego por razones diversas. El partido socialista fue el gran vencedor a largo plazo del pacto. La derecha quedó reducida tras las primeras elecciones de junio 1977 al 8%, por detrás incluso del partido comunista. En las elecciones de 1979 los resultados fueron aún peores: el 6%. Hasta que no consiguió fagocitar por completo el espíritu del centrismo no fue un rival serio para el socialismo, para lo cual hubo que esperar hasta 1996. Lo consiguió con un discurso moderado, se hablaba del centro-derecha. El primer gobierno de Aznar fue el de la convergencia con Europa y la paz social. El discurso radical de derechas quedó prácticamente reducido al falangismo extra-parlamentario. Las facciones ultra de Alianza Popular callaron. Ahora ese discurso ha ido adquiriendo volumen de nuevo hasta el punto de que nunca en democracia ha sido tan poderoso. Su jefa de facto, la condesa consorte de Murillo, una figura política clave procedente de la aristocracia, es la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Además, tanto ella como la mayoría de los periodistas, historiadores, opinadores, etc., adscritos a este nuevo despertar del radicalismo de derechas se confiesan, vaya por dios, liberales.

Es éste el discurso que siempre ha querido sacudirse la derecha con aspiraciones parlamentarias y que sin embargo ahora es admitido por una parte del Partido Popular en una especie de autoafirmación orgullosa del ser de derechas. En este contexto veo el surgimiento de la nueva historia. Frente a una historia contemporánea de España elaborada por historiadores afines en mayor o en menor medida al PSOE desde los tiempos previos a la transición hasta nuestros días, que ha venido retratando a toda la derecha sin excepción como totalitaria in nuce, heredera del franquismo por un lado y de la España del caciquismo y la oligarquía por otro, la nueva historia de ultraderecha viene a decir: “De acuerdo, el PSOE también tiene un pasado.” De partido que encarna la democracia, los valores humanos, la honradez y el progreso (los célebres cien años de honradez), a organización marxista que de la mano de Largo Caballero no cejará hasta traer la revolución bolchevique sin parar mientes en la subversión del orden constitucional. Ésta es básicamente la idea. Sin embargo, éste discurso que cumple su papel estratégico en el contexto mencionado, se presenta sin embargo (o aspira al menos a ello) como la verdad documental que viene a sustituir 50 años de propaganda historiográfica de izquierdas. Es en este punto donde muestra sus fatales debilidades. Así, esta historia se presenta elaborada por personajes de pasado oscuro, de formación academica dudosa o nula, contestada por el establishment de la historia académica, pero con un notable éxito comercial.

Tomemos el caso de Pío Moa. Sus libros contiene errores, sea. Tales errores son de variada naturaleza, pero hay uno capital que además no sólo comete él, sino también sus críticos. Se trata de creer que un documento puede zanjar una disputa histórica. Se trata de confundir hechos históricos con lo que en realidad es un discurso histórico1 y se trata, por último, de estar convencido de que al discurso histórico se puede aplicar la categoría de verdad, cuando lo que de hecho se hace es elaborar, fundar una estrategia.2 Hay detalles que, en su caso, me hacen pensar que más que mala fe o cinismo, su defecto es una cierta ingenuidad. Esta ingenuidad se manifiesta en su incapacidad de pensar históricamente (es un defecto, por cierto, del que adolecen no pocos de los que se llaman liberales). Toda su argumentación se funda en trasponer el paisaje democrático contemporáneo a la época objeto de sus comentarios. De esa forma puede afirmar que la práctica política de la izquierda revolucionaria durante la II República tenía como objetivo destruir la “democracia”, tarea que el momento de levantarse Franco ya se encontraba cumplida. Sin embargo, una de las pocas verdades históricas defendibles acerca de la historia de la España contemporánea es aquella que afirma que en este país, y de facto, nunca ha habido democracia como tal hasta 1977. El proyecto republicano supuso un breve paréntesis de democracia formal. Antes de aquello, el país está sumido el régimen clientelar cuya radiografía realizó Costa en Oligarquía y caciquismo. Es precisamente este sistema el objetivo del ataque de las izquierdas (no se pretende afirmar con esto que sus métodos fueses democráticos y antiviolentos), y no una pretendida democracia que de facto no existía. Curiosamente, el libro de Costa, escrito hace un siglo, se erige en clave del error fundamental de Moa. Todo su edifico se funda en la ilusión de una democracia que no fue más que un breve fantasma en tiempos republicanos y un esperpento formal que ocultaba las viejas formas de dominación señoriales durante la Restauración, extremo este último reconocido por sus propios protagonistas.

1 Un discurso histórico es un relato destinado estratégicamente a un determinado fin político. Lo que se entiende por un uso político de la historia. En este sentido no negamos que el relato vigente no sea también un discurso estratégico. Foucault analiza en Genealogía del racismo estas prácticas atribuyendo su invención a la aristocracia decandente del siglo XVII. El fallo tanto de la derecha como de la izquierda es presentar este tipo de relatos, en sí legítimos, porqué no, como la Verdad histórica. Por tanto el debate acerca de las fuentes y la metodología es manifiestamente falso y no hace más que traer oscuridad al asunto. El único debate pertinente sería el epistemológico y mucho me temo que ni Moa ni Preston estén en condiciones de llevarlo a cabo.

2Hablando de Auschwitz, Giorgio Agamben señala la dificultad de comprender una situación histórica que tan profundamente documentada ha sido, sin embargo; los hechos no otorgan en sí una justificación a la ética o la política, siempre hace falta algo más. Escribe Agamben: “La aporía de Auschwitz es, en rigor, la misma aporía del conocimiento histórico: la no coincidencia entre hechos y verdad, entre comprobación y comprensión.” Los justificaciones morales no pueden sostenerse en una imposible verdad histórica fundada en la quimera que supone el “hecho histórico”. No hay por tanto discurso alguno que pueda fundarse en esa verdad; es, sin embargo, el discurso histórico servido por una determinada estrategia el único que puede presentar una ética histórica, el único capaz de comprender un devenir histórico. Y Foucault añade, también en Genealogía del racismo: “Lo que distingue la historia de las ciencias de la genealogía de los saberes es que la primera se coloca en un eje que es, a grandes rasgos, el eje conocimiento-verdad, o que va, en todo caso, de la estructura del conocimiento a la exigencia de la verdad. En cambio, la genealogía de los saberes se coloca en un eje del todo diferente, el eje discurso-poder o bien, si se quiere, práctica discursiva-choque de poder.” También: “La reversibilidad táctica del discurso es una función directa de la homogeneidad de sus reglas de formación. La regularidad del campo epistémico, y la homogeneidad en el modo de formación del discurso, es lo que hace que éste sea utilizable en las luchas, que son, por su parte, extradiscursivas.”