viernes, 17 de febrero de 2012

El círculo vicioso



Los prestamistas internacionales no se fían del Estado español a pesar de que la deuda pública española es de las menores de los países desarrollados (60% del PIB). ¿Por qué? Por culpa de la deuda del sector privado (240% del PIB). Esta descomunal deuda privada implica que las perspectivas de ingresos del Estado son muy negativas (mucho más que las de otros Estados cuya deuda pública es mayor, pero cuyo sector privado está relativamente saneado: Alemania, Reino Unido, USA), por lo que los prestamistas exigen mayores garantías, tipos de interés más altos. Las empresas españolas están estranguladas financieramente, el ritmo del cierre de negocios y el del paro han aumentado vertiginosamente en los últimos tres años. Cada empresa que cierra y cada nuevo parado son ingresos que pierde el Estado (Impuesto de sociedades, IRPF, Seguridad Social) a la par que nuevos gastos (prestación por desempleo). A esto se añade un problema que supone el núcleo del verdadero círculo vicioso en el que estamos metidos. Cada empresa cerrada y cada trabajador en la calle suponen también menos consumo, es decir, más estrés para las empresas que todavía resisten en un vilo a ser engullidas por la vorágine. A medida que el proceso avanza, lo más lógico es que la destrucción del empleo y el cierre de empresas se vaya acelerando ya que se trata de una bola de nieve, las empresas de dependen unas de otras en cuanto consumo de suministros. Si tenemos cinco empresas que son clientes entre sí y una quiebra, las cuatro restantes tendrán menos ingresos, si quiebra la segunda, la situación se hará más tensa. La quiebra de la tercera puede arrastrar a las otras dos o, cuando menos, convertirlas en empresas zombi. El Estado cada vez ingresa menos y gasta más. ¿Quién tiene la culpa del la asfixia financiera del sector privado? La burbuja inmobiliaria.

La paradoja de la burbuja inmobiliaria. En 1996 el país estaba empezando a salir de una profunda crisis económica con un pico de desempleo en 1994 de cuatro millones de parados. Pero era un momento muy especial: la Unión Económica y Monetaria estaba a la vuelta de la esquina. Había que cumplir los criterios de Maastritch. Había que sanear las cuentas públicas, 3% de déficit y 60% de deuda pública. Algo que iba a ser muy difícil con semejante cantidad de parados, era necesario poner a esa gente a trabajar, a pagar Seguridad Social e IRPF, había que hacer lo mismo con las empresas. De propina, era necesario deshacerse de las empresas públicas, aunque fueran las joyas de la corona, para hacer caja (Telefónica, etc.), aunque fuera por mucho menos de su valor real. ¿Qué hacer? Era ilusorio esperar el curso normal de la recuperación, había prisa, había que estar en la Europa de primera velocidad. Es el momento en el que Aznar y Rato alumbran una excelente idea. Liberalizar suelo público y usar la banca pública para financiar un macro proyecto nacional de urbanización; poner a todo cristo a trabajar en la construcción: individuos, empresas, bancos ... Todos los huevos en la misma cesta. Los insignes liberales idearon un Plan Quinquenal digno del propio Stalin. Los criterios se cumplieron. El camino a la champions league de la economía mundial estaba allanado. Pasaron los pperos y llegaron los sociatas ... y lo dieron por bueno. Récord de empleo, récord de beneficio, las inmobiliarias animaban el cotarro en el Ibex; récord de despilfarro público. Un aeropuerto en cada provincia. Pero un día la burbuja se pinchó. ¿Y qué pasó? Paso que no había alternativa, no había plan “b”. El modelo productivo era el ladrillo. La negligencia político-empresarial pospuso décadas los cimientos de un modelo económico más abierto, más diversificado (gracias al cual nuestros vecinos europeos no tienen problemas para recibir préstamos aunque tengan un 200% de deuda pública.) El ladrillo se esfumó y su impacto en la economía era tan bestial que nos vimos con tres millones y medio de parados nuevos en tres años, miles de empresas cerradas, las que quedan están asfixiadas financieramente y el Estado con serios problemas de financiación. Y el verdadero problema: el proceso sigue, y sigue, y sigue. ¿Cómo pararlo? Hasta ahora, la receta impuesta por Europa, recorte de gasto público y flexibilización laboral, lo único que han conseguido es echar más leña al fuego, puesto que a medio plazo incide negativamente en lo único que puede dar un balón de oxígeno a las miles de empresas en trance de entrar en la zona zombi: el consumo. Efectivamente, en el momento presente las empresas no contratan porque venden menos y venden menos porque no se consume. Las facilidades para despedir sólo servirán para deshacerse de manera más barata del personal excedente.

Las soluciones. Habría dos maneras de intentar cortar el círculo vicioso. La primera es la que se está practicando. Se trata de acelerar el proceso. Seguir recortando y flexibilizando hasta que se toque fondo. Tendríamos por delante unos veinte años de depresión hasta que se empezará a ver la luz al final del túnel. Las consecuencias negativas son severas para la clase trabajadora: salarios más bajos, precariedad, menos protección social. La clase media podría sufrir un impacto brutal. Empobrecimiento generalizado. Apertura dramática de la brecha entre ricos y pobres. Básicamente los efectos ya conocidos en aquellas regiones del globo donde se han aplicado las políticas del FMI: América Latina, Asia, Este de Europa, Rusia ... A todo esto hay que añadir un peligro coyuntural no menor. Si se produce la quiebra de Grecia, que muchos dan por hecho, y el desastre se contagia al resto de la Europa mediterránea podemos esperar cualquier cosa. Un suicidio. En ello estamos. 

La segunda solución es la keynesiana, que vienen reclamando figuras como Krugman. Básicamente se trata de poner en marcha un New Deal. Poner a todo cristo en nómina del Estado. Un macro plan de empleo público en el que todo el mundo desempeñe una tarea útil en favor de la comunidad y tenga un salario que permita estimular el consumo y que a la larga posibilite un alza en los ingresos del Estado. La ventaja es que el esfuerzo sería más justo y equitativamente repartido. Además otra ventaja importante es que si estuviésemos, como algunos ya sospechamos, dentro el círculo vicioso de sequía financiera, destrucción de tejido productivo, destrucción de empleo y hundimiento del consumo, este modelo sería, en rigor, la única forma de cortarlo, mientras que el liberal sólo conseguiría acelerarlo. 

Entre tanto, mucha gente se pregunta, dentro y fuera de España, porqué no hay una revolución. Si hubiera que apostar situaría en un 30 por ciento de desempleo el punto de no retorno. Algo que con la nueva reforma laboral aprobada hace unos meses podríamos alcanzar a principios de 2013 (en el primer trimestre de 2009 se destruyeron 800.000 empleos. En un sólo trimestre!).

Que Dios reparta suerte.


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